Querida amada:
¿Quién puede juzgarnos
por cumplir con los planes del destino? ¿Qué somos nosotros más que juguetes de
un sádico hado que se divierte usándonos de marionetas? Somos los títeres de un
destino cruel que nos mueve a su antojo, disfrutando por igual nuestras penas y
nuestras alegría. Pero a pesar de todo, te recuerdo, recuerdo tus ojos color
miel, tu cabello castaño que caía sobre tus hombros como la cascada de un
paraíso, tu sonrisa capaz de iluminar mi más oscura tormenta. Pero lo que más
recuerdo es nuestra noche de pasión.
¿Recuerdas amor mío esa
noche estrellada en que el destino firmó nuestras vidas? Aún puedo ver ante mí
tus ojos ambarinos mirándome fijamente, aún contemplo tus níveos dientes mordiendo
tu labio inferior provocativamente, aún siento tus dedos, tus suaves dedos de
seda, recorriendo mi piel, haciéndome sentir el fuego de la pasión en cada
célula de mi piel. Mis manos en tus caderas, moldeadas como la escultura de una
diosa, me hacían sentir tu dueño, no para dominarte, sino para llevarte a
conocer las estrellas.
Recuerda vida mía mis
labios besándote, mientras recorrían tu cuello suavemente en busca de las
mieles del placer. Recuerda tus gemidos suaves, mientras todo tu ser se
derramaba en la agonía de lo prohibido. Mis labios sobre tus labios, mi lengua
buscando la tuya, no en una búsqueda desesperada, sino saboreando cada espacio
de tu boca, disfrutando el dulce fluir de tus besos. Mi lengua y la tuya
entregadas a consumar el deseo que ardía en nuestros jóvenes corazones,
intentando apagar la pasion que nos consumía en una llama de agradable placer.
No olvides cariño mío
mis manos bajo tu blusa, en la búsqueda de tus pechos, ese lugar de donde
surgía mi deseo por ti como un manantial que fluye sin cesar. Siente vida mía,
como sentiste esa noche, tu blusa deslizarse lentamente fuera de tu cuerpo,
dejando libre tu hermosa piel, tu clara piel que me invitaba a comérmela a
besos, a recorrer con mis labios el sendero que va desde tus pechos hasta tu
ombligo, el centro de la fuente de donde manaban todas mis fantasías.
Tu falda, vencida en la
lucha de pasión que sobre tu cuerpo yo libraba, se desprendió de ti sabiéndose
vencida y que ya ese no era su lugar. Así quedó tu cuerpo, cubierto tan solo
por tus bragas y tu sostén, esa lencería de un rojo vivo que encendía más y más
la llama de pasión que me quemaba el corazón. Contemplé tu figura angelical,
bañada por la débil luz de una lámpara, y te deseé con cada parte de mi trémulo
cuerpo. Me estremezco al recordar mis labios sobre tu vientre, besándote
suavemente, mientras desabrochabas el sostén dejando libre tus bellos senos de
pezones erectos. Como un niño succioné de tus pechos el placer que nos invadía.
Con la punta de mi lengua lamí tus pezones, mientras mis manos apretaban tus
senos, causándote una ola de placer. Descendí por tu cuerpo beso a beso,
haciéndote sentir con mis labios como la reina de todo el universo. Seguí
bajando por tu vientre, pasé por tu ombligo y me detuvo donde comienza tu
pubis, ese paraíso conocido como el Monte de Venus que es la entrada a la zona
más deliciosa de tu cuerpo.
Con mis labios apreté
fuertemente el borde de tus bragas y fui bajándolas así con tu ayuda. Un
estremecimiento de placer recorrió tu cuerpo al sentir la punta de mi nariz
rozar tu sexo, suave y lentamente, absorbiendo el agradable olor del deseo que
de allí emanaba. Así totalmente desnuda, me quitaste la camisa, acariciando mi
pecho y mis brazos, buscando con tu lengua a la mía. Mis pantalones y mis boxer
cedieron a tu voluntad, quedando nuestros cuerpos libres, puros, a merced del
deseo que nos invadía.
Suavemente separé tus piernas y me sumergí en el paraíso de cuerpo, besando tu sexo, húmedo de placer. Sentí tus manos aferrarse a mi cabellos y escuché la dulce melodía de tus gemidos de placer. Mi lengua, ávida de tus emanaciones de lujuria, succionó el fluido de tu sexo y exploró en busca del punto donde se tus fantasías se veían realizadas. Te estremeciste ante la agradable sensación que llenaba todo tu ser.
Suavemente separé tus piernas y me sumergí en el paraíso de cuerpo, besando tu sexo, húmedo de placer. Sentí tus manos aferrarse a mi cabellos y escuché la dulce melodía de tus gemidos de placer. Mi lengua, ávida de tus emanaciones de lujuria, succionó el fluido de tu sexo y exploró en busca del punto donde se tus fantasías se veían realizadas. Te estremeciste ante la agradable sensación que llenaba todo tu ser.
Fui a tus labios, y con
mis besos impregné tu boca con el agradable sabor ácido de tu fluidos. Con tus
manos tomaste mi miembro, firme y enhiesto, lo acariciaste, subiendo y bajando
tus manos en él cada vez más deprisa, luego rozaste los labios humedos de tu
sexo con él, una y otra vez, hasta que lo introdujiste suavemente en tu ser.
Otro profundo gemido de placer, esta vez salido de ambos, y nuestros cuerpos
moviéndose en una marea de sensualidad que nos hacía sentir el cielo.
Recuerdo, tesoro mío,
tus piernas enlazadas a mi cintura, aferradas a mi como única tabla de
salvación ante la ola
exitante que amenaza con arrojarse sobre nosotros. Conmigo dentro de ti, busqué
tus labios y te besé mientras me movía con más lujuria, sintiendo la fuerza de
tu ser que reclamaba al mío. Durante varios minutos mantuvimos el rito de la
perpetración, adoptando diferentes posiciones.
Luego de tanto placer,
de fundir tu cuerpo en el mío, de fusionarnos el uno en el otro te colocaste
sobre mí, con mi miembro erecto dentro de ti, te recostaste hacia mi rostro y
tomaste mis manos con las tuyasm entrelazando nuestros dedos. En esa posición
te dejaste llevar por el frenesí erótico del deseo y removiste los cimientos de
mi ser culminaste nuestra batalla de pasión ahogando con un beso nuestro grito
de victoria al culminar el sexo.
Cerré los ojos para
disfrutar aquel momento mágico, sintiendo tu agitada respiración sobre mi pecho
desnudo. Permaneci con los ojos cerrados por un instante y cuando lo abrí ya no
estabas. Sólo me quedó de ti la desagradable certeza de que te hice mía solo en
sueños, de que nuestra noche de pasión no fue más que una fantasía de mi
corazón, mi desrrozado corazón que muere despechado porque te casarás con otro sin
nunca saber lo que sentía por ti.
Recuérdame amor mío,
porque aunque la realidad nos haya separado, cada noche te hago mía en mis
sueño y sólo la almohada es testigo de nuestros derroches de pasión.
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