© Ismael Contreras, Poeta Masoquista
Era un ángel, una inocente niña, con el esplendor rozagante
de la inocencia pintado en su rostro. Era la pureza hecha persona, la más bella
inspiración de las musas, una hermosa poesía hecha mujer. Ella era tan bella,
tan atractiva y a la vez tan tierna, que el corazón de él no supo cómo
resistirse a aquel sentimiento que se desbordaba por su alma y amenazaba con
bañar todo su ser con el más puro amor jamás vivido.
Él era fuego, una llama encendida, una chispa de pasión y
deseo, que al contacto de su mirada, al roce de su sonrisa, amenazaba con
encender en pasión y placer, en éxtasis y amor, la inocencia pura e intachable
que emergía desde el alma de ella. Él era Capricornio persiguiendo a virgo, el Sol
seduciendo a la Luna, Zeus tras Selene.
Él la amaba, la deseaba, pero sobre todo, la entendía. Él
sabía leer su alma como un libro abierto, podía recitar los sentimientos de su
corazón como la más hermosa poesía, como una oda de los dioses que desciende
del Olimpo y baña el corazón de los mortales.
Ella lo quería, sentía por él un cariño especial, un
sentimiento puro y sincero, tocado por el arpa de Apolo, una flor sembrada por
Eros y regada por Cupido, que bien podría convertirse en amor.
Pero ella era ajena. Ella amaba a otro, y se creía amada por
él. Cuál Paris sobre Helena, ella era poseída por los deseos furtivos de un
alma que no sabía valorar la divinidad de su ser, el valor de su virginidad. Era
de un hombre que no veía en ella más que cuerpo, incapaz de ver la hermosa
aurora que dibujaba pura e inocente.
Su dueño, su novio, el carcelero de su sentimientos, cual
lobo hambriento, permanecía al acecho de su virginidad, advirtiendo cualquier
movimiento furtivo, adivinando cualquier debilidad, con la vil intención de
arrojarse sobre su pureza con lascivia y profanar el templo de la castidad que
Venus había erigido en su alma.
Mas él, nuestro enamorado poeta, cual llama de pasión encendida,
que sólo podía ceder y ser apagada por la pureza de ella, él se propuso ganarse
su corazón. Como ladrón que establece un gran tesoro como su objetivo, él ya
había decidido hurtar su corazón, penetrar en su alma, entenderla, protegerla y
amarla, como él deseaba ser amado por ella.
Y así, ella, incomprendida por aquel que consideraba como el
amor de su vida, presa en la cárcel de la duda, inocente aún para conocer el
verdadero amor, fue sucumbiendo ante aquel que pintaba sus mañanas de alegría,
que dibujaba en su alma hermosos recuerdos de cariño. Poco a poco, en su
corazón fue anidando un sentir muy especial hacia aquel que sabía leer en su
alma, que sabía comprenderla, que le demostraba un amor puro y sincero.
Poco a poco, cuál día que aleja para nunca más volver, de su
corazón se alejó el amor que hasta entonces creía sentir, porque nacía una
nueva llama, la llama del amor verdadero, de aquel que es sembrado por Eros y
cosechado por el destino.
Y es así como un día, al recibir una flor que aquel que
había sido su dueño, al recibir un beso del que había sido su amigo, decidió
que su alma había hallado consuelo, pues fue su beso de amor y la flor del
olvido.
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