lunes, 30 de enero de 2017

7 días para ser rico



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© Ismael Contreras, 2017
Y al despertar aquella mañana, cuando el sol, tímido, empezaba a bañar con su luz las copas de los árboles, un pensamiento surgió en él, una idea brotó en su mente, cual simiente que se asoma desde la tierra para contemplar la vida en su plenitud.

Esa idea pronto fue tomando forma, hasta convertirse en una certeza, en un plan cuya ejecución era imprescindible. Este pensamiento comenzó a roer su alma con un deseo que apenas lograba disimular. Así es que, guiado por aquel deseo, oró, le oró a aquel Dios en quien no creen las mentes sabias y a quien no conocen las mentes ignorantes. Oró por aquello que era, por lo que fue y por lo que había de ser; oró por su idea, oró por sí mismo y por los demás. Y así, con el consuelo de la oración, con la fuerza de la fe, con el ánimo de la esperanza, decidió iniciar su empresa con la determinación de lograr su meta.

Era un joven harto inteligente, no por lo mucho que sabía, sino por lo mucho que podía aprender. Pero, a pesar de su inteligencia, también era pobre, y lo era porque la pureza de su ser, la honestidad de su alma y el altruismo de su corazón eran más fuertes que sus ambiciones de dinero y cosas materiales; era pobre porque era rico en valores.

Era digitador independiente, una especie de escriba moderno que, por un determinado precio, copiaba, transcribía e, incluso, creaba cualquier escrito con una calidad irreprochable. Apenas cobraba lo necesario para subsistir y nunca se preocupó por ganar más allá de lo indispensable. Su vida eran su trabajo, formado por un ordenador y un printer, y sus libros, con los cuales podía sentirse libre de cualquier atadura y alcanzar la paz.

Pero aquella mañana, aquella espléndida mañana de primavera, nuestro joven decidió algo nuevo, puso en práctica sus ideas y cambió por otro el sendero que siempre había seguido.

Y es así como un lunes, al despuntar el alba, colgó a la puerta de su improvisada oficina un letrero que rezaba: “FUERA DE SERVICIO". Permaneció todo el día sentado frente al ordenador y cuando alguien, a pesar de tan vistoso letrero, entraba y preguntaba por qué no había servicio, su respuesta era una e invariable: “Aprendo a diseñar planos”.

De esta manera transcurrió todo el lunes, con los ojos fijos en la pantalla del computador, las manos sobre el teclado y la mente y el corazón puestos en su proyecto. No comió nada en aquel día, a falta de clientes que le produjeran alguna ganancia.

De igual guisa transcurrió el martes: igual ocupación, igual letrero, igual respuesta a las curiosas preguntas de los que entraban al negocio e igual hambre por falta de clientes.

Muchas fueron las burlas que despertó la actitud del joven en quienes lo conocían y frecuentaban su negocio. Muchos de ellos entraban al local con la sola intención de escuchar la monótona respuesta a la pregunta y así burlarse de él.

El miércoles algo cambió. No fue el letrero, no fue la concentración del joven ni su hambre, sino la respuesta que daba a quienes hacían la misma pregunta. Ya no decía “aprendo a diseñar planos”, sino que su respuesta ahora era: “diseño el plano de mi casa”, y si alguno osaba recordarle que él no tenía cómo ni con qué construir una casa, su respuesta era: “pero algún día la tendré”.

Quienes escuchaban tal respuesta no podían evitar reírse a carcajadas, por la hilaridad de tal ocurrencia, teniendo en cuenta la pobreza del joven y su imposibilidad de construirse ni una casa de cartón.

Pasaban los días de aquella semana. El inamovible letrero, ahora lleno de polvo, indicaba a todo el que pasaba por el lugar que el joven aún no se había curado de su “locura”. Ya eran menos frecuentes los que entraban para burlarse de él y de su ocurrencia. Los burladores fueron disminuyendo poco a poco, hasta que el sábado ya nadie entraba, ni para burlarse ni para solicitar algún servicio.

Aquel domingo, el joven que estaba sentado frente al ordenador en poco se parecía al que había estado en el mismo lugar siete días atrás. Éste era extremamente delgado, con aspecto enfermizo y una palidez cadavérica, producto de toda una semana de extremo ayuno.

En la tarde de aquel domingo los vecinos del joven vieron como un desconocido, un elegante caballero, entraba a la oficina del mismo, y luego lo vieron salir, después de una hora de estar ahí dentro.

Para sorpresa de todos, el lunes en la mañana la oficina estaba totalmente cerrada y en la puerta ya no colgaba el letrero de FUERA DE SERVICIO, sino un pequeño cartel con un encabezado que ponía “CERRADO PERMANENTEMENTE” y un texto debajo del mismo que decía:

“Mis queridos vecinos y clientes, lamento decirles que ya no estaré trabajando más con vosotros. El distinguido caballero que vuestra curiosidad os permitió ver ayer ha venido a verme, y quedó tan encantado con mis planos que me ha hecho una oferta millonaria por ellos. Es por eso que me voy, para construir mi casa en un vecindario donde sí crean en mí y poder disfrutar mi nueva riqueza. Os abrazo”.
FINAL I

“Mis queridos vecinos y clientes, lamento decirles que ya no estaré trabajando más con vosotros. El distinguido caballero que vuestra curiosidad os permitió ver ayer ha venido a verme, y quedó tan encantado con mis planos ha decidido llevarme a un excelente lugar, para lo cual he aceptado. Es por eso que me voy, y si algún días deseáis visitarme, os dejo los planos del manicomio adonde voy
sobre mi escritorio. Os abrazo”.
FINAL II

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