“Vivir no es existir, sino darle un sentido a la existencia”.
¿Qué es la vida, además de esta sucesión de momentos, de
horas y días de existencia? ¿Qué es vivir, además de existir en este mundo
lleno de dudas, de deseos incumplidos de injusticias descaradas que se ríen en
nuestras caras y se burlan de nuestra incapacidad de cambiar la realidad?
Quizás mucha personas, a lo largo de los siglos, a través
del tiempo y más allá de las fronteras
físicas que se ha impuesto en el mundo, se hayan hecho estas preguntas durante
toda su vida, sin saber siquiera donde buscar sus respuestas.
La famosa duda existencial, que ha invadido las mentes más
brillantes que ha producido el mundo, la inquietante cuestión de quiénes somos
y hacia dónde vamos, que durante siglos, a través de diferentes épocas, ha
inquietado a muchos, nos invade hoy, nos atrapa en su red y no s hace
reflexionar sobre la vida y su significado, nos hace preguntarnos a nosotros
mismos: “¿Quién soy? ¿De dónde vengo y hacia dónde voy? ¿Será que antes de
nacer yo ya existía? ¿Existiré aún después de la muerta? ¿Qué es la vida y qué
es la muerte?
Tantas preguntas, tantas interrogantes, capaz cada una de
ella de despertar el interés de la mente más brillante del universo, merecen
nuestra atención y nuestro más profundo interés.
Ahora bien, como todo ser humano (si es que humano soy),
tengo mis propias respuestas a estas preguntas, mi propia opinión acerca del
significado y el objetivo de la vida en sí.
La vida, al menos la del ser humano, va mucho más allá de la
simple existencia, del estado del ser sobre la faz de la Tierra. Vivir o morir
supera la simple concepción shakesperiana del “ser o no ser”, pues
vivir nos lleva a una cuestión más profunda y complicada aún que el simple
hecho de la propia existencia. La vida se basa en el “hacer o no hacer”, “sentir o no
sentir”, pues el sólo hecho de existir no es más que la sombra inerte
de la vida, la imagen difusa de lo que realmente es vivir.
Aquel que en su existencia no tiene un propósito definido,
un objetivo que le dé sentido a su estancia en este mundo, no es más que la
sombra muerta de algo que pudo estar vivo. Quien en su vida no tiene un por qué
o un para qué vivir, simplemente muere cada día, cada despertar es una vuelta
al ciclo de la muerte cotidiana, de ser sin ser, de morir mientras cree que
vive.
Aquel que no tiene un propósito de vida que le robe el
pensamiento, que lo despierte al amanecer y le impida dormir en la noche; quien
no tenga una meta que lo inspire a correr en la vida, a pesar de las piedras y
las espinas del camino, quien no tenga un motivo para ver los colores de la
vida detrás del manto gris de los sufrimientos, el tal muere mientras vive, y al morir sentirá la vida. Porque la vida se
trata de ser felices, y la felicidad es aquello que sentimos cuando salimos de
la tormenta, de la duda y el dolor; la felicidad no es más que el reflejo
multicolor del gris sufrimiento. La felicidad es un estado pasajero de dicha, y
aquel que cree tener una felicidad constante e imperecedera es más desdichado e
infeliz que el que vive bajo la sombra del dolor.
Pero, ¿qué sucede cuando el hombre ha perdido la brújula que
lo lleva a encontrar esos pequeños momentos, cuando se siente tan desgraciado
que la felicidad es algo que para él no existe, cuando el objetivo de su vida
se ha escondido detrás de un horizonte lejano, que por más que lo intente nunca
alcanzará? ¿Está justificado el tal hombre para desistir de vivir, para morir
en vida o acabar con su existencia insípida y sin sentido sobre la faz de la
tierra?
© Ismael Contreras, Riscatto ®
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