lunes, 18 de julio de 2016

El Sentido de la Vida



“Vivir no es existir, sino darle un sentido a la existencia”.


¿Qué es la vida, además de esta sucesión de momentos, de horas y días de existencia? ¿Qué es vivir, además de existir en este mundo lleno de dudas, de deseos incumplidos de injusticias descaradas que se ríen en nuestras caras y se burlan de nuestra incapacidad de cambiar la realidad?
Quizás mucha personas, a lo largo de los siglos, a través del tiempo y más allá de  las fronteras físicas que se ha impuesto en el mundo, se hayan hecho estas preguntas durante toda su vida, sin saber siquiera donde buscar sus respuestas.
La famosa duda existencial, que ha invadido las mentes más brillantes que ha producido el mundo, la inquietante cuestión de quiénes somos y hacia dónde vamos, que durante siglos, a través de diferentes épocas, ha inquietado a muchos, nos invade hoy, nos atrapa en su red y no s hace reflexionar sobre la vida y su significado, nos hace preguntarnos a nosotros mismos: “¿Quién soy? ¿De dónde vengo y hacia dónde voy? ¿Será que antes de nacer yo ya existía? ¿Existiré aún después de la muerta? ¿Qué es la vida y qué es la muerte?
Tantas preguntas, tantas interrogantes, capaz cada una de ella de despertar el interés de la mente más brillante del universo, merecen nuestra atención y nuestro más profundo interés.
Ahora bien, como todo ser humano (si es que humano soy), tengo mis propias respuestas a estas preguntas, mi propia opinión acerca del significado y el objetivo de la vida en sí.
La vida, al menos la del ser humano, va mucho más allá de la simple existencia, del estado del ser sobre la faz de la Tierra. Vivir o morir supera la simple concepción shakesperiana del “ser o no ser”, pues vivir nos lleva a una cuestión más profunda y complicada aún que el simple hecho de la propia existencia. La vida se basa en el “hacer o no hacer”, “sentir o no sentir”, pues el sólo hecho de existir no es más que la sombra inerte de la vida, la imagen difusa de lo que realmente es vivir.


Aquel que en su existencia no tiene un propósito definido, un objetivo que le dé sentido a su estancia en este mundo, no es más que la sombra muerta de algo que pudo estar vivo. Quien en su vida no tiene un por qué o un para qué vivir, simplemente muere cada día, cada despertar es una vuelta al ciclo de la muerte cotidiana, de ser sin ser, de morir mientras cree que vive.
Aquel que no tiene un propósito de vida que le robe el pensamiento, que lo despierte al amanecer y le impida dormir en la noche; quien no tenga una meta que lo inspire a correr en la vida, a pesar de las piedras y las espinas del camino, quien no tenga un motivo para ver los colores de la vida detrás del manto gris de los sufrimientos, el tal muere mientras vive, y al morir sentirá la vida. Porque la vida se trata de ser felices, y la felicidad es aquello que sentimos cuando salimos de la tormenta, de la duda y el dolor; la felicidad no es más que el reflejo multicolor del gris sufrimiento. La felicidad es un estado pasajero de dicha, y aquel que cree tener una felicidad constante e imperecedera es más desdichado e infeliz que el que vive bajo la sombra del dolor.
Pero, ¿qué sucede cuando el hombre ha perdido la brújula que lo lleva a encontrar esos pequeños momentos, cuando se siente tan desgraciado que la felicidad es algo que para él no existe, cuando el objetivo de su vida se ha escondido detrás de un horizonte lejano, que por más que lo intente nunca alcanzará? ¿Está justificado el tal hombre para desistir de vivir, para morir en vida o acabar con su existencia insípida y sin sentido sobre la faz de la tierra?

© Ismael Contreras, Riscatto ®
 

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